La Malpensante Moda, portada de la edición 2020. Joan Juliet Buck, escritora y actriz norteamericana en la portada fotografiada por Ruven Afanador.
Ojalá deseen tenerla ante sus ojos y en sus manos. Nos haría muy felices a un equipo de 57 personas. Honramos la moda colombiana y el buen hacer editorial. Una revista impresa para acompañarles largo tiempo y en cualquier lugar. Son 128 páginas y pesa 250 gramos.
Aquí está un repertorio cuidadosamente escogido de marcas colombianas que apuestan desde el diseño contemporáneo por la tradición artesanal y el esfuerzo productivo en colaboración con comunidades en el país
Serie de entrevistas en esta revista digital y en @sillaverde Instagram sobre Artesanía & Diseño en el siglo XXI.
La Malpensante Moda, portada de la edición 2022. Claudia Bahamón en la portada fotografiada por Giorgio Del Vecchio.
Hay una escultura de César Manrique, el asombroso artista y arquitecto nacido en la isla de Lanzarote (Islas Canarias, España), bautizada con el nombre de “Mujer y su sombra”. Es una pieza grande, de las dimensiones espaciales que gustaba abarcar siempre Manrique para poblar su tierra natal con símbolos culturales propios, hecha en hierro tornada en el color rojizo que toma ese material con el paso del tiempo. Tiene las caderas anchas, los pechos separados, los brazos cortos, los ojos algo desiguales, la postura (“el parao”, como dirían otros) de quien está con los pies puestos sobre la tierra. Es Rosana paralizada. Rosana, la cantante. Es Rosana moldeada por las manos de un hombre que no sabía seguramente que estaba replicando a una coterránea, nacida en esa misma isla de los volcanes en 1964. Quizá la única escultura del mundo que tiene una sombra hecha de piel canela por la que no corre sangre sino lava, huesos contundentes, manos y dedos, así con las uñas al ras, de guitarrista iniciada a los cinco años, pelo alborotado y que calza tenis del número 39. Una pieza de arte con alma propia. Aquí comienza la historia.
La vida íntima de una isleña
El señor Arbelo, pescador, tiene ocho hijos. La menor es Rosana y salta de brazo en brazo convertida en el juguete favorito de la familia. En una casa bulliciosa hay que hacer silencio de vez en cuando, al menos para saber cuántos son y cuántos están. “No me hableis de la gente de afuera, vamos a contar quiénes somos aquí” dice el señor Arbelo en la mesa. Y tal cual, se concentran en ellos, para entenderse. Diez personas bajo un techo suman veinte brazos que los Arbelo Gopar utilizan, sobre todo, para estrecharse entre sí. Borbotones de cariño, lo que nunca falta. Rosana, con el tiempo, se vuelve especialista en abrazos. Los da y los da y los da. Le sobran. Son abrazos impulsivos y serenos al tiempo, bravíos abrazos que se apoderan por unos segundos lentos de tu cuerpo y que luego te sueltan sin dejarte a la deriva, con la sensación de que ese fue para ti. Son iguales para todo el mundo. En verdad: para el baterista sevillano Joaquín Migalló que la acompaña desde hace 10 años y al que estrecha, camiseta con camiseta iguales en sudor y entrega, al final del concierto en Bogotá; para la periodista y el técnico de sonido que la entrevistan para un canal de televisión colombiano; para el señor que llega desde Popayán con su cuadriplejía en pos de regalarle a Rosana, su admirada, una bufanda finísima; para aquel hombre que le ofreció un “guaro” como remedio eficaz con el que calmar el intenso dolor de garganta que aquejó a Rosana hace años cuando se presentó con Alberto Plaza en esta capital y que hoy regresa a abrazarla con los ojos encharcados y otra botella de aguardiente bajo el brazo. Se pierde fácil la cuenta. A Rosana le gustan los abrazos tanto como la bandeja paisa, plato que se comería una y otra vez. Le da igual que lo mucho, empache. A ella lo que le gusta, lo hace. La gente y la música la tienen clavada en una misión consigo misma que luego, sobre un escenario, parece un concierto pero no lo es. Resultan casi tres horas durante las que la artista se abre en canal ante el público que se agolpa en el Teatro Julio Mario Santo Domingo y le dice algo así como “soy suya” pero también toma a la gente y la vuelve de ella y los hace bailar y cantar y reír y seguirla con ansiedad desde el tercer piso hasta su regreso a la platea, micrófono en mano, escoltada por su productor de gira. Son mil trescientas personas encerradas con Rosana en el auditorio hasta las diez y media de la noche. Y ninguno deja salir al otro. Minuto que pasa, minuto que se respira con angustia, como el reloj de los amantes que ven despuntar el amanecer y saben de su despedida inevitable. Si, quizá todo el concierto de 24 canciones es un revolcón bárbaro tras el que se vislumbra un intenso amor. Eso asusta. Pero la gente disimula el miedo del adiós –sobre todo las mujeres, se nota en los estribillos difíciles- y canta asombrosamente bien letras que delatan memoria de fan. “El mundo cuando canta, suena afinado. Me dan ganas de comprar una boleta” revela Rosana a su público. Y se lo dice a la mancha inmensa que forma la gente que la acompaña en los conciertos con su banda en Viña del Mar y Buenos Aires; y se lo dice también a los poquitos que se reúnen en el formato reducido de “Como en casa”, una presentación con ella solamente y su guitarra. Le gritan “mamacita” y responde, muy chula, que ella es fea, que no la confundan, que ella sabe pero que sabe también que hay más feas que ella. Claro, se lleva aplausos por montones. Y es que la gente responde con fervor religioso a esta mujer-escultura de una sola pieza. Tendrá sus días malos pero es una roca entera, sin fisuras, que expulsó la boca de algún volcán en el parque nacional del Timanfaye.
Así como se entrega la Rosana artista, se enconcha la Rosana isleña convertida en citadina por cuenta de mucha vida ya llevada en Madrid, su sitio ancla. Sus amigos son ya familiares porque les agradece mil y mil veces en los libritos que acompañan sus discos. Pero no da más detalles, son de ella. “Míos” y mira con sus ojos negros. “Tengo una necesidad imperiosa de seguir siendo quien soy. Por eso pido respeto siempre para los que me quieren. A mi madre tampoco le permito que venga a gritarme como una fan en un concierto. Cuando llego a mi casa, me pongo a hablar de otras cosas”. La que se sabe todo es Susana Montes, su manager desde hace quince años. Juntas en la carretera con diez giras a cuestas y unas cejas que alza para indicarle a Rosana que deje de hablar, que los dos mil seiscientos metros de Bogotá no son un chiste.
Es posible que Rosana debiera llamarse RoXana, como se refirió a ella una costeña de 54 años que le gritó durante el concierto con un arrobo propio de una película de serie B. La X para marcar el nombre de una rockera que cuando le da la gana es suave y delicada, tanto como el registro de voz que consigue cuando interpreta sus baladas.
La poesía para tantas cosas
La arena bajo los pies y el océano Atlántico frente a los ojos. Mar cálido, mar bravo, mar nuestro, mar salado / mareas en movimiento que en el peor momento /nos funda en un abrazo y sea el final del cuento / que no hay amor perfecto sin ti / y que así… escribe Rosana para una canción que titula “Nadie más que yo” en su primer disco “Lunas rotas”. Es 1996 y, desde entonces, no ha parado. Se le acumulan los premios y los reconocimientos. Tarantino y Sting la eligieron para trabajar. La lista de colaboraciones como letrista, compositora y también como artista sumada a la creación de otros colegas de oficio es larga (se puede ver en su website www.rosana.net). Son ya once discos y un libro, “Material sensible”. Está cocinando otro volúmen de letras en su cabeza, en el corazón. Porque ella poco anota y menos se vuelca sobre la obra de otros poetas. No es que no le interese, simplemente no le sale natural. Se encierra, después de hacer ejercicio muy temprano, y comienza a darle al papel. Tiene que sentir intensamente. Si no, no pasa nada. No te doy la luna porque es la eterna rosa/que regalan los amantes con el aire de la boca… y si el amor se nos rompe porque el amor se equivoca/el mundo amanecería repleto de lunas rotas. Sigue con curiosidad la mención a Bob Dylan y su aporte literario al libro de fotografía de Barry Feinstein, “Hollywood photo-rethoric”; sonríe apenas al escuchar del premio Príncipe de Asturias que ha reconocido la obra de Leonard Cohen; un peso pesado de la crítica literaria le ha dicho en público que ella es hija del mar, en referencia a su valor poético. Al hacerle referencia a la timidez natural que embarga a los seres humanos, según la luminosa ensayista italiana Natalia Ginzburg, y a la manera que tenemos de sortearla creyendo que las relaciones cotidianas son algo fácil, Rosana se pronuncia contundente: “si no hay viento en la orilla del mar, habrá que remar”. La frase es del padre. Otra vez una mención a su progenitor al que parece atesorar con el cuidado con el que se guarda una cajita de caracolas.
Solo veo lo que siento, nunca he visto más allá/no me trago lo que pienso, ni una vez, así me va/aprendí con la marea, que se llega y que se va/prometí no dar la espalda, ni decir nunca jamás… No soy de nadie, ni valiente ni cobarde/pero no he temido/ni imposibles, ni prohibidos, ni alas de ángeles caídos… La pluma se le va sola y sin referencias. Quizá el único marco posible sea la costa playera de su isla que en realidad se extiende hasta el horizonte infinito. Que se sepa, al mirar el mar no se ve más.
Una optimista en tiempos de crisis
La gira se le ha ido creciendo a Rosana. Su productor, un argentino veterano de nombre Cristian, dice que mientras armaba –en pantuflas, rodeado de sus hijos y sus tareas- el esquema inicial de conciertos para promover el disco “Buenos días, mundo” que ya suena por todos lados, no imaginó que fuera a acumular casi 70 conciertos con el más reciente trabajo de Rosana. Pero al equipo no parece estresarle para nada, ni que Rosana se siente al frente del volante del automóvil que los lleva de un lado a otro (“me relaja y es el único lugar donde escucho música”), ni que les soliciten presentaciones aquí y allá. Han inventado un modelo de trabajo basado en “menos directivos y escritorios, más socios”, según el productor. Y el negocio, funciona en una industria golpeada claramente por lo que se sabe: la piratería, las descargas gratis, etc… Las presentaciones son fundamentales para la artista y su entorno. Por eso se dedican a ellas como un escuadrón tortuga en los tiempos romanos. Todos avanzan a la par. Rosana, con una carcajada atronadora, recalca: “al que falle, lo echo, claro”. Y todos, en el camerino, se suman a esta jefe comanche que pintó su cara para el disco anterior con dos rayas rojas dentro del círculo de la paz.
Vitalidad y optimismo, cara y sello de Rosana. Un amigo de ella dice que “si a ti te diera un infarto, pensarías que es una corazonada”. En tiempos de crisis creciente, en Europa pero sobre todo en España, esta actitud no es ninguna tontería. Quizá el verdadero cuarto de hora para Rosana ha llegado. Su voz y sus letras pueden ser agua para quienes les está tocando recorrer el desierto con un espejismo como única ilusión.
En la canción “Llegaremos a tiempo” incluida en su disco anterior, de hace cuatro años, “A las buenas y a las malas”, habla del esfuerzo que se requiere superar una situación injusta, que se echa encima. Sobre cómo ponerle ganas a los momentos grises, por no decir oscuros. “Si la hubiera sacado ahora, todo el mundo pensaría que lo hago por la crisis. Pero mira, yo le vengo cantando a esto desde hace rato”. Es posible que los “nimileuristas”, esos jóvenes españoles que son ya casi el 50% de las aterradoras cifras de desempleo en el país, oigan a Rosana y se sumen al coro de Siempre hubo gente con clase y clase de gente / se que quien más se equivoca es quien no se arrepiente/ quien pega, quien mata, quien miente/ Esto no es un desafío, yo te lo digo cantando/suelo tirar la basura para ir reciclando.
A otros artistas, como a Joaquín Sabina, la tarea de saberse en mitad de la crisis puede pillarles en mal momento porque al haber sido la conciencia, la voz de “Pepito Grillo”, para una España confortada y placentera durante tantos años, este de ahora resultará un escenario cuando menos aturdidor para su quehacer artístico. “Habrá que preguntarle al maestro Sabina” dice Rosana. Y se va, enfundada en su chaqueta térmica, esa misma que cubre a la mujer y a su sombra después de un extenuante concierto que la dejó temblorosa de frío, con la camiseta pegada al cuerpo y los ojos más brillantes que nunca. Está pletórica. Es posible que se vaya susurrando las letras de “Sombras”, su infancia y las canciones de Javier Solís, el que más gustaba en la casa llena de ruido de los Arbelo Gopar.
Esta compañía tiene su sede en Bogotá -"la ciudad asentada sobre una silla verde"- tal como alude el escritor Germán Arciniégas a las montañas orientales que la resguardan.
ROCIO ARIAS HOFMAN es politóloga y periodista en radio, prensa, televisión y medios digitales. Nace en Madrid y vive en Colombia desde 1994.
Consultora del Programa de Moda y Joyería de Artesanías de Colombia (2015-2022) y cofundadora de la plataforma comercial MODA VIVA. Dirige el ciclo de debates MODA 360 de la Cámara de Comercio de Bogotá (2015-2019) y la franja de conocimiento de Bogotá Fashion Week (2018, 2019 y 2022). Ha sido colaboradora de El Espectador, El Malpensante, Fucsia, Diners y Vogue Latinoamérica.
2012: Revista digital sentadaensusillaverde.com / 2016: Fundación de SILLAVERDE SAS / 2017: Estreno de LA VIDA ANIMADA en Youtube en alianza con Expor Mannequins. / 2018: Podcast TALKING CLOSET en alianza con Akorde. / Desde 2019: Asesorías para la creación de contenidos editoriales y elaboración de narrativas de moda para clientes del sector privado. / 2020-2021-2022: Publicación de la revista impresa anual La Malpensante Moda en coproducción editorial con Fundación Malpensante. / Desde 2021: Realización de la serie de entrevistas AL HILO por IGLive SillaVerde y publicación de la columna "Las pinzas de la langosta"
SillaVerde cuenta con un equipo de investigación, producción ejecutiva de proyectos, producción de editoriales de moda y diseño gráfico.
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